PACO EL DE LA SACRISTÍA
El paradigma de tabernero callado y discreto acaba de jubilarse en Santa Marina
La huella que dejan las personas en los sitios que habitan, en los que se pasan la vida: basta un detalle para notar su ausencia. La otra noche, en la calle Alarcón López, junto a la iglesia de Santa Marina, se hizo evidente muy pronto, apenas antes de sentarse, que algo no cuadraba, que algo era diferente a como había sido en las últimas dos o tres últimas décadas, que ya no me acuerdo de qué año pone en el azulejo del bar, o de la taberna, que ha despedido antier como quien dice a su dueño desde que lleva abierto. O abierta. Paco, porque ese hombre se llama Paco, aunque lo que a uno le sale, ya que acaba de enterarse de que ha colgado el mandil para siempre, es hablar o escribir de él en pasado, de modo que digo o escribo que ese hombre se llamaba Paco, y que él me entienda aunque apenas sepa mi nombre ni quién soy, y añado que a uno se le rompió el corazón cuando se dio cuenta, o cuando le contaron, que si no estaba detrás de la barra no era por ninguna causa menor sino porque había llegado la hora de su jubilación y de que le había dicho adiós muy buenas a sus años de dedicación callada con la discreción con la que se van las personas que no se dan demasiada importancia a sí mismas ni al lugar que ocupan en el mundo, que por lo general es bastante prescindible e insignificante.
Como un torero que comprende que ha llegado la hora de no pisar más el albero y que guarda los trastos en un altillo sin esperar más gloria que la del silencio y el reposo, que no es poco: así se ha ido, y que me perdone el tiempo pretérito, quien fundó una tertulia taurina que entregaba cada año, o dejaba desierto si era el caso porque estas cosas son muy serias y no es cuestión de darle un premio a cualquier figurín, un trofeo por los festejos de la Feria de Nuestra Señora de la Salud.
Fotos: Jose Luis Cuevas
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